
Chozos Extremeños: Un Tesoro Cultural en Peligro y la Fascinante Arquitectura Tradicional del Mundo
Descubre la profunda historia y el invaluable patrimonio de los chozos extremeños, viviendas ancestrales de pastores. Explora su construcción, la vida que albergaban y su conexión con la tierra. Además, sumérgete en la rica arquitectura tradicional japonesa y las milenarias técnicas de piedra seca. Un viaje a través de la identidad cultural y la sostenibilidad.
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Un Legado Ancestral: El Chozo Extremeño y la Vida Pastoril
Sin lugar a dudas, Extremadura ostenta una rica y profunda tradición ganadera que ha moldeado su paisaje y su cultura a lo largo de los siglos. De hecho, el pastoreo ha sido de gran importancia, no solo desde un punto de vista económico, sino también sociocultural, desarrollando una forma de vida, un universo cultural y un patrimonio material específico. La manifestación más representativa e identitaria de esta actividad es, precisamente, el chozo. Este, además, no fue exclusivo de los pastores; por el contrario, sirvió como habitación permanente o temporal para agricultores, jornaleros, gañanes, guardas, carboneros, mineros y resineros hasta bien entrada la década de 1960.
En cuanto a su tipología, la Asociación ARTE distingue básicamente cuatro tipos de chozos en Extremadura, clasificados según los materiales empleados en su construcción: aquellos hechos enteramente de materias vegetales; los de paredes de piedra y cubierta vegetal; los construidos íntegramente de piedra con cerramiento en «falsa cúpula»; y los de paredes de piedra o adobe con techumbre de teja.
Los chozos de materia vegetal, en particular, eran adaptables a las necesidades de movilidad
Los chozos de materia vegetal, en particular, eran adaptables a las necesidades de movilidad de los pastores. Podían ser fijos, conocidos como «familiares», donde residía la familia de forma permanente y que a menudo se agrupaban formando majadas, incluso con chozos específicos para la elaboración de queso o para guardar gallinas. No obstante, también existían los chozos movibles o «de muda», más pequeños y hechos normalmente de anea o bálago de centeno, ideales para estancias temporales cerca del ganado. Una ingeniosa evolución de estos fue el «chozo media luna», diseñado para ser desmontable en varias piezas, facilitando así su transporte a lomos de caballerías, una tarea que requería de gran habilidad y conocimiento.
La confección de un chozo vegetal es un proceso complejo que requiere un profundo dominio de técnicas tradicionales. Esencialmente, implica preparar el terreno, montar una estructura de varas y rollizos (preferentemente de olmo de rivera o castaño por su flexibilidad), y luego «vestir» el chozo, cosiendo la materia vegetal (bálago de centeno, escobera, retama, anea o junco común) en capas ascendentes para asegurar la impermeabilidad. Para ello, se utilizan herramientas específicas como la aguja de coser y una variedad de nudos especializados, como el nudo corredizo, el nudo de los rodrigones, el nudo corona, o el nudo chovo, este último utilizado para atar el chozo a la albarda del burro durante el transporte. Sin duda, cada paso de este proceso ancestral subraya el ingenio y la conexión del pastor con su entorno.
La Sostenibilidad Ancestral: El Impacto de la Ganadería en Extremadura
Históricamente, la ganadería, particularmente la ovina, fue esencial para la economía y cultura extremeña, especialmente la oveja merina, muy apreciada por su lana. Además, su situación geográfica acentuó la inclinación a la ganadería por su fácil defensa y movilidad. En consecuencia, el sistema productivo en Extremadura se caracterizó por la alternancia complementaria entre agricultura y ganadería.
Uno de los aprovechamientos más valorados de la oveja era su estiércol. De hecho, los agricultores con mayor poder adquisitivo pagaban a los pastores para que sus rebaños pernoctaran en sus tierras de cultivo, estercolándolas con un fertilizante de calidad. Esto dio origen al popular dicho: “la tierra mala la hacen buena las ovejas”. Asimismo, en los olivares, las ovejas no solo fertilizaban el terreno, sino que también desmamonaban los troncos y limpiaban la hierba, haciendo innecesaria la labor manual.
Investigadores actuales de la Universidad de Jaén
Es por ello que, algunos investigadores actuales de la Universidad de Jaén, como Antonio García y Juan Antonio Torres, proponen el retorno de la oveja al olivar como una herramienta ecológica que, por un lado, actúa como segadora y fertilizante, y por otro, aporta valor añadido con la carne.
La regulación del aprovechamiento de pastos y rastrojeras era fundamental. Los pastos de invierno y las rastrojeras se subastaban por lotes, siendo los segundos más valorados. Cabe destacar que, los pastores propietarios tenían derecho a elegir sus lotes, una tradición conocida como la Dula, que permitía la subsistencia de los ganaderos más modestos. La Corona, anteriormente, obtenía grandes beneficios de la trashumancia a través de impuestos como el Servicio y Montazgo, favoreciendo a la Mesta, incluso en detrimento de la agricultura y la ganadería local. No obstante, a partir del siglo XVIII y, más concretamente, con la Guerra de la Independencia, los ganaderos extremeños comenzaron a incorporarse a la trashumancia inversa, una tendencia que se afianzó con la abolición de la Mesta en 1836. Chozos Extremeños: Un Tesoro Cultural en Peligro y la Fascinante Arquitectura Tradicional del Mundo
El Universo del Pastor: Oficio, Cultura y Resistencia
Más allá de su vivienda, el pastor extremeño desarrolló un complejo universo cultural que abarcaba su oficio, sus tradiciones y su relación con el entorno. El rebaño, que solía contar entre 500 y 600 ovejas, generalmente de raza merina, estaba a cargo de dos figuras principales: el mayoral, responsable de la contabilidad y el pastoreo diario, y el zagal, su ayudante. La vida del pastor era, ciertamente, de una exigencia inmensa, con una jornada de 24 horas durante los 365 días del año, siempre alerta ante cualquier peligro que pudiera acechar al rebaño.
Los pastores extremeños eran verdaderos artesanos
Los pastores extremeños eran, además, verdaderos artesanos. Fabricaban utensilios cotidianos como cucharas, tenedores y cuencos, tallados en madera o corcho. Igualmente, de cuero elaboraban bolsos, morrales y zurrones. Pero quizás lo más meritorio era su artesanía en hueso o asta, creando cuernas para beber, guardar condimentos o afilar la piedra. Aparte de esto, su indumentaria, como el zamarro o la pelliza, reflejaba la practicidad y la adaptación a las duras condiciones de su labor.
Por consiguiente, su rica vida cultural se manifestaba en un amplio repertorio de romances, canciones y bailes de carácter pastoril. El romance «La loba parda», por ejemplo, es de «pura cepa rústica» y «auténticamente pastoril», muy cantado en Extremadura al son del rabel, y difundido por toda la península por los propios pastores trashumantes. Asimismo, la «Pastorá de Nochi Güena» era una obra religiosa popular, un auto de Navidad, genuinamente extremeño, representado por los pastores estantes en Nochebuena. También poseían un conjunto de remedios y conocimientos botánicos aplicados a la salud animal y humana, y creencias populares como la de la «piedra del rayo», un sílex pulido que se creía protegía contra los rayos.
Pese a la creencia común de una rivalidad entre agricultores y pastores, los testimonios sugieren que el pastor extremeño por cuenta ajena estaba plenamente integrado en su comunidad local. Su ámbito cultural era, en esencia, el mismo que el de la comunidad rural a la que pertenecía. Sin embargo, sí existió una fuerte rivalidad histórica con los pastores trashumantes foráneos, especialmente aquellos vinculados a la todopoderosa Mesta, cuyos privilegios subordinaron las tierras extremeñas a intereses externos hasta su decadencia en el siglo XVIII.
Ecos de Arquitectura Tradicional: De Japón a la Sierra de Montánchez
Asimismo, la exploración de la arquitectura tradicional se extiende más allá de Extremadura, revelando similitudes en la adaptación al entorno. En este contexto, el etnológo Antxon Aguirre Sorondo nos introduce a la diversidad arquitectónica tradicional de Japón, la cual clasifica en tipos como Minka (casas en general), Gassho (casas de campo con techos empinados), Machiya (casas de ciudad), Jinja (santuarios), Onsen (baños) y Ryokan (alojamientos tradicionales), entre otros.
Las Minka, por ejemplo, eran las viviendas de agricultores, artesanos y comerciantes, diseñadas pensando en el calor del verano. Para ello, se construían con materiales ligeros como la madera y los paneles correderos de papel de morera, lo que permitía potenciar las brisas y corrientes de aire, y también las hacía más resistentes a los frecuentes terremotos. De manera similar a los chozos, en estas casas las columnas de madera soportaban el peso de la estructura, permitiendo espacios abiertos y puertas correderas.
Son alojamientos tradicionales que surgieron a mediados del Período Edo
Los Ryokan, por su parte, son alojamientos tradicionales que surgieron a mediados del Período Edo debido al gran tránsito de viajeros. Este tipo de arquitectura y la cultura hotelera asociada reflejan una profunda interacción social, con un protocolo claro para los huéspedes. Incluso, los Jinja, santuarios sintoístas, muestran una construcción particular con techos inclinados y el honden, el corazón del santuario, generalmente cerrado al público.
Volviendo a la Península Ibérica, el paisaje humanizado de la Sierra de Montánchez en Extremadura, analizado por Antonio Calero Viñuela, es otro ejemplo paradigmático de la interacción entre el ser humano y el medio. Caracterizado por sus formaciones de granitoides y los conocidos berrocales (acumulaciones de grandes rocas redondeadas), la Sierra presenta elementos arquitectónicos rurales como los muros de piedra seca. Estos, construidos sin argamasa, servían tanto para delimitar fincas
como para protegerlas del viento, e incluso para encauzar el agua. Un ejemplo fascinante de muros de piedra seca fuera de Extremadura se encuentra en Campo Tures, en el Alto Adige (Italia), donde los agricultores construyen complejas paredes con piedras lisas y redondeadas para la defensa contra inundaciones. Asimismo, la Sierra de Montánchez cuenta con sus propios chozos de pastor de piedra seca, generalmente pequeños y construidos por «pedreros» o especialistas en piedra seca, y hornos rústicos que son reproducciones a escala reducida de estos chozos.
La Imperativa Necesidad de Conservar un Patrimonio Vivo
Actualmente, existe un movimiento vital para la protección de este patrimonio cultural inmaterial y material. La Asociación ARTE, consciente del valor de los chozos como «texto documental que nos habla del pasado», ha impulsado activamente su preservación. En este sentido, la «Propuesta de Impulso de los chozos de Extremadura», presentada por el partido regionalista PREX-CREX, fue aprobada por unanimidad en la Comisión de Educación y Cultura de la Asamblea de Extremadura el 18 de diciembre del pasado año.
Cabe destacar que, esta aprobación llega después de que una Resolución anterior, la PNL de los chozos de 2005, que instaba a la Junta de Extremadura a inventariar, incluir en el Patrimonio Histórico y Cultural, y rehabilitar los chozos de piedra, no fuera aplicada por el Gobierno regional. Por lo tanto, la preocupación actual se centra en asegurar que esta nueva Propuesta de Impulso no corra la misma suerte, y se han planteado acciones como solicitar por escrito las actuaciones de la Dirección General de Patrimonio y, si es necesario, pedir la comparecencia de su Directora General.
Esta es una arquitectura efímera
Es crucial comprender que la desaparición del pastoreo tradicional ha conllevado no solo la pérdida del objeto material del chozo vegetal (ya que es una arquitectura efímera), sino también de las complejas técnicas tradicionales utilizadas en su fabricación, que están en peligro de borrarse de la memoria colectiva. Por esta razón, la recuperación de este legado cultural y su transmisión a las nuevas generaciones es una tarea urgente. Iniciativas individuales, como la de Juan Ledesma Cuevas de Talarrubias
quien fabrica chozos para que las nuevas generaciones conozcan la técnica, o Ernesto Gallardo de Campanario, que con 72 años dedica su tiempo a enseñar la construcción de chozos, son inspiradoras. No obstante, estas iniciativas resultan insuficientes. Así pues, se considera imperativo articular un conjunto de medidas desde la Administración, especialmente desde el Gobierno de Extremadura, para conservar, divulgar y enseñar este saber popular, involucrando a grupos de acción local, escuelas taller y colectivos culturales del medio rural.
Reflexión Final
En conclusión, la riqueza del patrimonio cultural no reside solo en su existencia física, sino en las historias, saberes y formas de vida que encarna. Los chozos extremeños, junto a la arquitectura tradicional de Japón o los muros de piedra seca de Montánchez e Italia, son testigos silenciosos de la ingeniosidad humana y su profunda conexión con la tierra. La supervivencia de estas manifestaciones culturales es fundamental para la identidad de un pueblo.
Al preservar y difundir este patrimonio, no solo honramos a nuestros antepasados, sino que también proporcionamos a las futuras generaciones una base sólida para entender quiénes somos y de dónde venimos. Es una responsabilidad compartida entre la administración, las asociaciones culturales y la ciudadanía, pues en cada chozo, en cada muro de piedra, y en cada tradición oral, reside el alma de una comunidad.
Este artículo es una sintesis realizado con la IA de Google del estudio de JOSÉ LUIS MARTÍN GALINDO sobre los chozos extremeños
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